Desde hace
unos años - tal vez podríamos decir desde el 2008, con los piquetes de las
patronales agropecuarias - nos quieren hacer creer que en nuestro país hay dos
extremos irracionales y que hace falta un centro equilibrado.
Para
justificar semejante disparate hay una construcción político-mediática que
estigmatiza al kirchnerismo (y a todo lo que se acerque a él) como propulsor de
ilusorias confiscaciones, socializaciones o medidas filocomunistas que
solamente están en sus afiebradas imaginaciones. Con el fin de oponerse a esa
construcción inexistente se ha articulado un bloque político – en este caso sí –
cada vez más extremo en cuanto a sus acciones y propuestas.
Mientras de
un lado se propone una sociedad inclusiva, que mantenga niveles de paz social y
recupere movilidad social, del otro se incita a quebrar décadas de organización
laboral que propicia la armonía y el resguardo de derechos.
Mientras de
un lado se propone frenar lo más posible el endeudamiento externo y
principalmente con los organismos multilaterales, del otro se reivindica ese
endeudamiento.
Mientras de
un lado se propone el intento de mantener el poder adquisitivo de los salarios,
del otro se insiste en devaluación y ajuste a como dé lugar.
Mientras de
un lado se propone un modelo de desarrollo con industrialización y sustitución
de importaciones, con generación de empleo, del otro se reivindica el modelo
agroexportador de principios de siglo XX en el que sobran 20 millones de
personas.
Mientras de
un lado se reclama una justicia transparente y sin privilegios, del otro se
justifican trapisondas, acusaciones sin pruebas, espionaje, persecución y se impulsa
la estigmatización y “eliminación” política del adversario.
Los
gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner fueron el intento más cercano en las
últimas décadas de construir herramientas para un país inclusivo que redunde en
la disminución de la violencia y la injusticia.
Cristina,
por su parte, ha demostrado – con esos objetivos estratégicos – su capacidad de
diálogo con los más disímiles sectores e incluso con duros adversarios y ex
adversarios políticos. La defensa férrea pero retórica de sus convicciones estratégicas
no le impidió nunca una mirada amplia de las necesidades tácticas de cada
momento.
Cristina
representa los 12 años de paz, desarrollo, crecimiento e inclusión que vivió Argentina
entre 2003 y 2015. No es ningún delirio, no es ningún extremo.
Quienes
extremaron sus posiciones y propuestas políticas llevándolas a situaciones antidemocráticas
peligrosas, fueron quienes se opusieron a aquel progreso y en el fondo no lo
quieren ni lo querrán nunca.
Cristina es
la ancha y mayoritaria avenida del medio entre las minorías a las que no les
interesa la gestión del Estado y las que quieren apoderárselo con autoritarismo
y persecución para conservar y consolidar los privilegios económicos de unos
pocos poderosos.